Analfabetos digitales: ¿aún lo somos? Y… ¿analfabetos emocionales, somos o no somos?...



Ninguno comprendíamos el secreto nocturno de las pizarras,
Ni porqué la esfera armilar se exaltaba tan sólo cuando la mirábamos. 
Sólo sabíamos que una circunferencia puede no ser redonda y 
que un eclipse de luna equivoca a las flores y adelanta el reloj de los pájaros. 
Ninguno comprendíamos nada: ni por qué nuestros dedos eran de tinta china y
 la tarde cerraba compases para al alba, abrir libros. 
Sólo sabíamos que una recta, si quiere, puede ser curva o quebrada y 
que las estrellas errantes son niños que ignoran la aritmética. 


RAFAEL ALBERTI, “Los ángeles colegiales”, Sobre los ángeles

Los  interrogantes iniciales son tan  provocadores como un test instantáneo.  ¿Qué  sentimos ante  un término que implica una negación tan fuerte  como “an-alfabetismo”? ¿Qué parte de la pregunta no incomoda más?  ¿Cuál de ellas responderíamos en primer lugar? ¿Las relacionaríamos de alguna manera?¿Hasta qué punto influye en las posibles respuestas el ámbito en el que nos movemos… ¿y la edad que tenemos? 

Como una invitación al debate, intentaremos responder a estas cuestiones  desde dos  campos unidos claramente por el concepto de Educación Permanente: el  educativo y el  laboral.

¿Se puede ser“analfabeto “digital” o” emocional” si somos educadores?

Cuando Marc Prensky “alborotó” las comunidades educativas señalando la “discontinuidad” del trabajo de  la escuela frente al   cambio  vertiginoso y avasallante de la tecnología digital, introdujo dos términos: “nativos” e “inmigrantes”.

No habló de alfabetizados y analfabetizados. Eso nos dejó un poco más tranquilos porque a ningún educador le resulta simpático que le  digan en la cara que es un analfabeto. Sin embargo, Prensky puntualizó claramente, como vemos en el epígrafe, que mientras los nativos  hablan la “lengua digital” los inmigrantes insisten en utilizar una lengua obsoleta, la “pre-digital”. O sea que podríamos deducir que los inmigrantes pertenecemos a la pre-historia de la tecnología digital, y estamos  tan desorientados  y temerosos ante ella como si recién saliéramos de una caverna (ya habrá percibido el lector a cuál de las dos categorías pertenezco) para desembarcar en un país extraño  (el de los nativos).

En favor de nosotros, los inmigrantes que educamos, podríamos argumentar (por analogía con el alfabetismo análogo) que no somos “analfabetos” digitales: si “alfabeto análogo”significa  saber leer y escribir, nosotros, los de la caverna, sabemos prender y apagar cualquier tipo de pantalla y podemos leer, escribir y usar básicamente la tecnología digital. Pero eso no significa ser “alfabeto digital”. La pregunta sería: ¿podemos  acceder a las posibilidades de interactuar con esa tecnología al punto de considerarla inseparable no sólo de nuestra vida personal sino también de nuestra práctica profesional? Humo, respuesta complicada porque nuestra conexión con nuestro pasado (lo que Prensky llama “acento” inmigrante) impide que nos conectemos  con las nuevas estructuras cerebrales que la tecnología esculpe, día a día en los nativos. Nos guste o no, el prefijo negativo está bien puesto y lo seguirá estando a menos que...vayamos a la segunda parte de la pregunta!

Y es que, si desconocer el lenguaje digital nos convierte en educadores inmigrantes, ser analfabetos emocionales nos aleja definitivamente de la interacción necesaria para acompañar a esos “nativos” en el camino de formarse como aprendices expertos. 

En otras palabras, el analfabetismo digital puede superarse, si el educador está  alfabetizado  emocionalmente. ¿Por qué? Porque quien es  “alfabeto emocional” posee el autoconocimiento, la autoregulación y la automotivación necesarias para relacionarse con el otro y comprenderlo. Goleman lo llama Inteligencia Emocional, y en su propuesta, nos conduce  a través de la complejidad del sistema límbico, (mamífero), que pueden ser acicateadas por el sistema instintivo (reptil) y gestionadas por el sistema neocortical (lóbulo  frontal). 

Gardner ya había señalado que dos de las ocho inteligencias propuestas en su Teoría de las Inteligencias Múltiples  se manifestaban en   un  poderoso juego de equilibrios que representan las dos caras de la inteligencia de Goleman: la inteligencia interpersonal y la inteligencia  intrapersonal. La Neurociencia nos  brinda más información para comprender cómo las emociones pivotean  en dos circuitos “maestros” o redes de “capacidades” que pueden ( deben, en realidad) desarrollarse y fortalecerse:
  • el del reconocimiento  e inhibición de los automatismos impulsivos (circuito de  control emocional) 
  • el de la sustitución de esos automatismos por conductas persistentesque nos relacionen adecuadamente con los otros (circuito de remodelación emocional) 

Ciertamente si hablamos de “capacidades” a desarrollar y fortalecer,  nos estamos apartando de  las teorías  tradicionales de la inteligencia humana como unitaria, estática  y medible. Si usamos el plural, suponemos que la inteligencia   puede manifestarse de diferentes maneras, en diferentes grados y combinaciones. Gardner categoriza las dos inteligencias mencionadas como “relacionadas con la persona”. Suma a ellas tres inteligencias dentro de la categoría de “objetivas” porque se relacionan con el objeto: la viso espacial, la corporal cinestésica y la naturalista. Por el contrario, categoriza como “abstractas” a las inteligencias lógico matemático, lingüístico y musical, porque se relacionan con  lossistemas matemático, lingüístico y musical.  

Seguramente, quien lee estará pensando: ¡Vaya novedad! Conozco hace tiempo estas Teorías!Y es cierto. Son conceptos que se han puesto de moda y circulan entre todos nosotros. Pero lo interesante sería  (inhibiendo el automatismo impulsivo que nos lleva a rechazar lo que creemos innecesario) que nos preguntásemos  si más allá de las declamaciones, hemos cambiado realmente nuestros modelos mentales a partir de estas  teorías; si abordamos de otra manera nuestra tarea porque ese cambio modificó nuestra concepción de la inteligencia y del papel de las emociones en el aprendizaje; y si esa modificación se traduce en una mejora en el clima aúlico, en el  institucional, y en las trayectorias escolares de nuestros estudiantes. Y aún más, si aprendimos a  desarrollar y fortalecer  en nosotros mismos esos circuitos maestros que pueden abrirnos la puerta del secreto de esas pizarras de las que habla Hernández en el epígrafe. 

Porque sólo si comprendemos que las emociones son un formidable motor del aprendizaje, que cada estudiante es único y particular en la combinación de sus inteligencias y que nuestro rol es brindarles las condiciones para que desarrollen al máximo esos potenciales, lograremos que no sean estrellas errantes porque ignoran la matemática. 

Porque si una recta puede ser curva o quebrada, si quiere, ¿por qué no podremos nosotros “querer” dejar de ser extranjeros en nuestra aula?

Un cambio de paradigma que también se avizora en el ámbito laboral

"No es cierto que los seres humanos somos seres racionales por excelencia. Somos, como mamíferos, seres emocionales que usamos la razón para justificar u ocultar las emociones en las cuales se dan nuestras acciones." 
Humberto Maturana

Si los individuos somos seres emocionales y racionales…¿Por qué hasta el momento solo se resaltaba como positivo nuestra parte racional y se desmerecía nuestra parte emocional? 

Si bien aún su incorporaciónes lenta,  cada vez más organizaciones consideran el  impacto positivo de la inteligencia emocional en el aprendizaje organizacional. 

Es inevitable que con el tiempo vayamos incorporando la necesidad de dejar de lado viejas formas y evolucionemos hacia organizaciones integrales y sistémicas.

Cada día queda más alejada y descontextualizada la organización tradicional basada en mecanismos verticalistas y rígidos de control para dar paso a una “organización en aprendizaje” que se retroalimenta en función a sus experiencias, aprendiendo de sus aciertos y errores. Un aprendizaje organizacional que va a la par de la inteligencia emocional…un nuevo paradigma de nuestro siglo. Según Peter Senge, estamos ante una organización que aprende, donde sus líderes deben conducir a la gente a afrontar de manera productiva las cuestiones o situaciones críticas a las que se enfrentan.Una organización en aprendizaje es aquella que se basa en la idea de que todos los miembros participan y colaboran para llevar a cabo la visión y misión de la organización y son considerados valiosos a la hora de tomar decisiones, dejando de lado el verticalismo que es frecuente en las organizaciones tradicionales. Ya no vemos las organizaciones como estructuras donde todos se alinean detrás de un líder, sino las vemos como estructuras que tienden a la cooperación entre pares para lograr objetivos en común, de manera que bajo este nuevo modelo surgen múltiples liderazgos. 

De manera que la gran pregunta es: ¿Cómo lograríamos estos objetivos sin tener en cuenta la inteligencia emocional? Es impensado lograrlo, ya que al momento de desempeñar cualquier actividad laboral, no solo entran en juego las competencias cognitivas y las relacionadas a habilidades técnicas que haya desarrollado el trabajador, sino que constituyen un factor determinante en dicho éxito las competencias emocionales adquiridas (José Tejada).

No es suficiente contar con las competencias técnicas, la capacidad verbal, las habilidades mecánicas, entre otras capacidades racionales sino pasan a valorarse un conjunto de competencias relacionadas al trabajo en equipo, cooperación entre pares, iniciativa, automotivación, habilidades sociales, etc. Sobre todo aspectos críticos que hacen a los puestos de mandos medios y funciones de liderazgo.
En organizaciones que tienden a la horizontalidad en sus estructuras…es indiscutible que la competencia emocional es una capacidad que potencia el desempeño laboral.

Sin dudas, un camino largo por recorrer pero que ya hemos comenzado a transitar…

Lic. Marisa Alcoba  y Lic Analía Belizán / 2018